¿El paréntesis de los Panamericanos?
JORGE SAHD K. Director Centro de Estudios Internacionales UC
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JORGE SAHD K.
El 18 de octubre de 2019 y el estallido de violencia que le siguió fueron el mayor daño a la imagen de Chile en las últimas décadas. El mejor alumno de América Latina, a quien sus compañeros preguntaban sobre cómo hacer las cosas, se veía sumergido en una mar de violencia, destrozos, delincuencia y caos.
Mientras Chile se preparaba para que Estados Unidos y China firmaran su tregua comercial en la APEC de Santiago, organizaba la principal cumbre de cambio climático, e incluso se convertía en la sede de la final de la tradicional Copa Libertadores, un grupo de anarquistas más la complicidad de un sector de la clase política terminaron por dejar a Chile en un muy mal pie a ojos internacionales. Prácticamente nadie en el exterior entendía cómo ese país serio, estable y que respetaba el Estado de Derecho, se encontraba en esa situación.
“Hace cuatro años nuestra imagen país quedó seriamente dañada tras el estallido. Ahora los Juegos Panamericanos nos recordaron que el estancamiento actual, más que una situación terminal, es totalmente reversible”.
Cuatro años después, los recién finalizados Juegos Panamericanos en algo le devolvieron “el alma al cuerpo” al país. Un evento deportivo de gran escala, con una de las mayores asistencias en la historia de este tipo de eventos, miles de familias y deportistas movilizándose en el mismo Metro que algunos intentaron quemar, y una organización impecable en términos generales, a pesar de las dificultades iniciales. Un espíritu nacional que hace tiempo no se veía y una sensación, aunque en un plano acotado, de que “Chile volvió a ser Chile”.
El país construyó una imagen que incluso terminó siendo conocida como el “excepcionalismo chileno”. Y esa reputación, más que por su potencial minero, energético o vitivinícola, o por la diversidad de sus paisajes, se construyó por la seriedad y estabilidad como país, por una solidez institucional sustancialmente mayor que el promedio de la región y por el grueso de una clase política y empresarial que fueron capaces de consensuar ciertos mínimos comunes. “Si quieres ver cómo hacer algo en América Latina, mira a Chile”, era una frase usual en foros regionales.
Esa “imagen país” posicionó a Chile como un país líder en apertura comercial, siendo de las economías medianas con la red de tratados comerciales más amplia del mundo; a la vanguardia en desarrollo de infraestructura a través de un modelo de concesiones público-privado; o referente en materia de disciplina fiscal en una región con grandes desequilibrios presupuestarios; por citar algunos ejemplos.
Después de cuatro años estancados y sin un rumbo claro, los Panamericanos fueron una brisa que nos recordó que Chile aún puede transitar por la senda correcta, que ambiciona un objetivo y lo logra con éxito. Ese país que desafió las ideas económicas preminentes de la época en Latinoamérica; que fue capaz de llevar una transición política hacia la democracia sin ánimos refundacionales; que tuvo la madurez de rechazar un proyecto constitucional que lo llevaba a la deriva y que entendió la responsabilidad como eje central de sus reformas, frente al populismo.
Si hace cuatro años Chile vivió sus peores momentos y nuestra imagen país quedó seriamente dañada, los juegos panamericanos nos recordaron que el país aún tiene la capacidad de volver a marcar una diferencia y que el estancamiento actual, más que una situación terminal, es totalmente reversible.